Este blog nació porque me gustan los tebeos. Y los tebeos, por suerte o por desgracia, tienen una imagen fundamentalmente frívola e infantil. La mayoría de las páginas que pueblan la memoria de los lectores de tebeos están realizadas con el fin de llenar un tiempo de lectura intrascendente, festivo, despreocupado. Todos los eslabones de la cadena que forma el mundo de la historieta han aceptado durante muchos años, consciente o inconscientemente, esa “realidad”: el tebeo es una cosa de niños; los tebeos son, en el mejor de los casos, un pasatiempo, una preparación para lecturas más serias, y en el peor, una lastimosa pérdida de tiempo y de energía.
Incluso oficialmente hemos asistido a campañas bienintencionadas que, creyendo hacer un cumplido, afirmaban cosas como “quien hoy lee un tebeo, mañana leerá un libro”.
Esa visión, aceptada incluso por algunos de los pioneros de los tebeos españoles, es una de las muchas trabas que encontraron los autores que decidieron emplear las historietas para algo más que dibujar monigotes con los que entretener a los niños los ratos que no estuvieran jugando al fútbol o viendo la televisión. Esto no significa que en las historias “para niños” no hubieran sabido introducir ya sus ideas aquellos artistas que tenían cosas que decir:
es un ejercicio imprescindible, si se quiere conocer la realidad de aquellos años, leer entre líneas los tebeos humorísticos que, a veces con muy poco disfraz, dibujaban autores como Cifré, Benejam, Urda, Peñarroya, Conti, Jorge, Nadal, Escobar, Nené Estivill, Raf, Ibáñez, Martz Schmidt, Coll, Palop y tantos otros, verdaderos maestros. Pero los nuevos autores querían contar la vida con otro tono, tal como ellos la veían, sin el disfraz del humor “amable”, y para eso tuvo que pasar mucho tiempo.
Uno de los nuevos narradores que demostraron tener algo importante que decir fue Manfred Sommer.
Ilustrador y dibujante reconocido, Sommer buscó en un corresponsal de guerra el testigo que necesitaba para explicar la vida que le rodeaba de una forma que los guiones que ilustraba a diario no le permitían alcanzar. Y los lectores descubrimos desde el primer episodio que aquel héroe no iba a ofrecernos las hazañas bélicas a las que estábamos acostumbrados.
Frank Cappa se nos apareció en la renacida Cimoc, recién estrenada su nueva época en la editorial Norma, y enseguida consiguió atraer la atención de los lectores más atentos a las nuevas líneas del comic.
Si queréis saber algo más de Manfred Sommer y de Frank Cappa, pulsad sobre las imágenes en blanco y negro que acompañan a este texto y podréis leer las dos páginas de presentación que aparecían en el número 5 de la revista Cimoc, publicada en 1981, apenas clausurado el primer Salón del Comic de Barcelona.
La primera historia de Frank Cappa se titula “No hay que perder la cabeza”. Un buen consejo, ciertamente.












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