El miedo acompaña al hombre desde que existe memoria: catástrofes, enfermedades, guerras… Por si la vida no fuera lo bastante dura, la humanidad ha buscado la manera de hacerla aún más dolorosa y difícil. El ingenio humano no se ha mostrado tan prolífico en ningún campo como en el destinado a hacer daño a sus semejantes, llegando a calificar de arte la carnicería de la guerra.
El final de la II Guerra Mundial demostró, por si quedara alguna duda, que éramos capaces de llegar al último punto de la inhumanidad (aunque, bien pensado, este adjetivo es quizá el peor elegido en este caso: nada es más humano que la brutalidad “inhumana”): Hiroshima y Nagasaki significaron el nacimiento de un nuevo terror, más real y más peligroso que ninguna otra amenaza que hubiera planeado sobre la Tierra antes. ¡El hombre había conseguido alcanzar al poder para acabar con toda la vida sobre el planeta!
Desde aquel momento la imaginación de los artistas empezó a trabajar, y no tardó en nacer un nuevo género de ficción, basado en la posibilidad de un holocausto nuclear, con las dos variantes principales: el fin del mundo (Nevil Shute, La hora final, On the Beach en su título original, es un magnífico ejemplo, con la hermosa película de Stanley Kramer con Gregory Peck y Ava Gardner como digna ilustración fílmica) y el comienzo de un mundo posatómico en el que los supervivientes de la catástrofe se enfrentan a una situación asocial. Esta segunda línea ha dado una buena cantidad de obras interesantes, tanto en la pantalla como en nuestro mundo de papel. Si en el cine no podemos olvidar las tres entregas de Mad Max, debemos remontarnos a 1964 y a una película protagonizada por Vincent Price, El último hombre sobre la Tierra, basada en una novela escrita en 1954 por Richard Matheson, I Am Legend, que el mismo Matheson adaptaría a la pantalla y que se rodaría en Italia. Esta obra descubre el pánico del hombre del siglo XX ante el terror que el armamento atómico había desatado sobre su cabeza, mostrando un mundo devastado por una epidemia a consecuencia de la guerra, y la lucha a la que debe enfrentarse el protagonista, el último ser humano “normal” que ha quedado vivo, rodeado de mutantes vampíricos. De esta historia se realizó otra versión para el cine en 1971, dirigida por Boris Segal y con Charlton Heston como protagonista, que en España se llamó El último hombre vivo (The Omega Man). Recientemente, en 2007, dos nuevas versiones de esta misma novela han vuelto a pasear por las pantallas mundiales, una sin demasiado éxito, Soy Omega, de la que no tengo más datos, y la otra una producción Hollywoodiense dirigida por Francis Lawrence con Will Smith en el papel principal. Esto no agota el tema, hay miles de cintas de temas relacionados (Charlton Heston también protagonizó otra muestra de cine “apocalíptico”, Soylent Green, bautizada en España (lamentablemente) Cuando el destino nos alcance, Kevin Costner fue un mutante marino en la menospreciada Waterworld, e incluso la saga de El planeta de los simios tiene relación con el tema.
En el comic la cosecha no es menos florida, pero me conformaré con citar un ejemplo paradigmático: Hermann creó con su serie Jeremías, un western posatómico que muestra las hazañas de dos jóvenes supervivientes enfrentados a las diferentes nuevas formas sociales creadas tras el cataclismo.
Hombre, la serie que comienza con el episodio que hoy podemos leer en el blog, es la obra de un escritor indispensable en la historia del tebeo español, Antonio Segura, y de un gran dibujante con mucha obra detrás, José Ortiz. Balín y Sigur el Wikingo son algunas de las obras con las que se abrió camino en los años cincuenta, y desde entonces su carrera no ha cesado de crecer y mejorar.
Lo mejor es introducirnos en el mundo de este “hombre” sin nombre y tratar de comprender cómo se vivía la amenaza latente de una posible extinción de la vida sobre la Tierra causada por la irracionalidad del único ser racional.
LA BURBUJA DE ALEJANDRO 